¿Recuerda alguno de ustedes esos años, cada vez más lejanos, en que los cofrades esperábamos con ansiedad el día del pregón? El nombre del orador se había dado a conocer mucho tiempo antes, a veces poco después de la Semana Santa del ... año anterior. Sabíamos que era uno de los nuestros, conocíamos en qué cofradía había echado los dientes y habíamos compartido con él tertulias y chascarrillos.
Su currículum profesional contaba menos que su trayectoria bajo la túnica y sus conocimientos sobre historia y liturgia de la Semana Santa contaban mucho más que lo versado que estuviera en la física de los neutrinos.
Una o dos semanas antes del pregón, los más cercanos habían (o habíamos) asistido a sus lecturas previas, a modo de ensayo, unas veces en su casa y otras en un reservado de la antigua Casa Luis. Con cariño y claridad le ofrecíamos sugerencias y hasta críticas después de que sus palabras y sus versos, siempre en romance octosílabo asonantado (las quintillas consonantes eran ya para nota), hubieran hecho brillar nuestras miradas.
El día de autos, el salón Liceo estaba a rebosar, con todos los asientos ocupados desde un buen rato antes y hasta hubo –muchas veces– gente de pie, dispuesta a no perderse una coma de la disertación. Eran pregones llenos de vida, quizá escasos de seguimiento al puntilloso de Quintiliano, pero transmitían lo que queríamos oír: experiencia, calor, olor a incienso, manos ensuciadas de limpiar la plata, callejeo por los rincones de la ciudad y devoción sincera a unos titulares que formaban parte de la familia. Al escribir y al declamar aplicaron, sin saberlo, la definición que daría uno de aquellos pregoneros: «Ni sermón ni conferencia».
Cuando terminaba, aplaudíamos a rabiar por convicción y no por compromiso.
Aquello fue hace mucho tiempo, pero algunos aún lo recordamos. Antes, hace aún más años, los pregones eran en blanco y negro y los pronunciaban unos señores muy serios, venidos muchas veces de Madrid a hablar por compromiso de algo que no habían vivido en carne propia y de lo que habían tenido que pedir ayuda y documentación. Alguno llegó a ministro.
Repito, hace ya mucho tiempo de todo eso.
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